sábado, 2 de enero de 2010

ESPIRITUALIDAD DE LA Espiritualidad

El tema presenta algunas dificultades, sin duda; es muy amplio, no solo por la extensión y profundidad de “lo espiritual” cristiano desde el punto de vista bíblico, sino también, y aún más, por el dilatado espectro de manifestaciones de la vida espiritual, individual y congregacional; algunas genuinamente bíblicas, y otras mezcladas con rasgos extraños a las Sagradas Escrituras. Y ahí radica otro aspecto de la dificultad que ofrece encarar el tema: “lo espiritual”, en el protestantismo, es un abigarrado conjunto de creencias, prácticas y rituales, que reconocen diversas fuentes y orígenes. Todas pretenden ser bíblicas, y la mayoría lo son. Pero para algunas no es posible encontrar una fundamentación clara en la Biblia; o hallar una fundamentación, aunque no sea clara. Son expresiones de “espiritualidad” cristiana evangélica muy controversiales, y opinable su verdadero sustento escritural. Si a eso agregamos que estas creencias, prácticas y rituales no son cosas abstractas, teóricas, o históricas ya abandonadas, sino que son lo que creemos y hacemos los evangélicos hoy en día, tanto en el culto de la iglesia como en nuestras devociones particulares, resulta que todos estamos implicados en la posibilidad de creer, hacer o practicar lo que no es exactamente bíblico. De ahí que embarcarnos en analizar cómo vivimos y practicamos la espiritualidad los evangélicos es un riesgo; un terreno escabroso, que es necesario transitar para conocernos y procurar la mutua edificación; pero un terreno que es necesario transitar juntos con amor, humildad y mucha paciencia. Y tolerancia; aprovechemos, que hoy en día está de moda la tolerancia. Tolerémonos los cristianos evangélicos unos a otros (que parece la versión siglo 21 del mandato de Jesús de amarnos unos a otros). Si no nos toleramos, somos anacrónicos, pasados de moda; ahora, si no nos amamos… ¿qué somos? ¿Cristianos? Interesante. Porque el amor ha de ser el principal rasgo de nuestra espiritualidad. Recordemos: “Dios es Espíritu” (Juan 4:24), y “Dios es amor” (1 Juan 4:8); por lo tanto, entre los seguidores de Jesucristo, el amor debe marcar en forma predominante su carácter espiritual.

Características globales

La espiritualidad evangélica tiene algunas características globales; grandes puntos comunes que pueden resumirse de la siguiente manera: es Cristocéntrica, es decir, está focalizada exclusivamente en Jesús de Nazaret. Enfatiza la relación con Él en el Espíritu; vale decir que, si la definición general de espiritualidad desde el punto de vista religioso es la de una experiencia de búsqueda de la Persona Trascendente de Dios, la espiritualidad cristiana es una experiencia de búsqueda, relación, comunión y amistad con Jesucristo, por medio del Espíritu Santo que habita el corazón del creyente. La espiritualidad evangélica busca y preconiza la imitación del ejemplo de vida de Jesús, en la vida cotidiana de cada uno de sus discípulos. También predica la obediencia a los preceptos y mandamientos de la Palabra de Dios, más que como una legislación religiosa a la que ajustarse, como un estilo de vida consagrado a Jesucristo, que se aparta de las tendencias pecaminosas del mundo y busca la santificación; un estilo de vida animado y dir igido por el Espíritu Santo. Finalmente, la espiritualidad evangélica incluye el aspecto corporativo, que cristaliza en la integración del cristiano a la comunidad de creyentes, la Iglesia; es decir que, al igual que las enseñanzas prácticas evidenciadas en la experiencia de la Iglesia del Nuevo Testamento, no comprende la vida espiritual de tipo eremítico, o en soledad. Salvo transitorios retiros para oración y meditación, la espiritualidad del Nuevo Testamento entiende la vida cristiana como incorporada a la congregación cristiana.

Lo evangélico

Dado que el protestantismo no tiene un núcleo central de autoridad y doctrina, no existe una definición, por lo menos universalmente aceptada, de qué es “lo evangélico”. Si nosotros hacemos referencia al “catolicismo”, sabemos de qué estamos hablando: de una rama del cristianismo, con un cuerpo de doctrinas claramente definidas, un sistema jerárquico verticalista y piramidal en cuya cúspide está el sumo pontífice, y una liturgia bastante uniforme. El “católico” es quién adhiere a esas doctrinas, se coloca bajo ese sistema jerárquico, y practica dicha liturgia. En cambio el “evangélico” carece de un sistema jerárquico centralizado y verticalista, que defina la doctrina que debe ser creída por todos los que en el mundo pertenecen a esa rama del cristianismo. Esta carencia, que para muchos autores es la principal virtud y ventaja del protestantismo, pues evita la imposición incuestionable de dogmas desde una jerarquía centralizada a toda la comunidad de “evangélicos”, a nivel mundial, deviene también en su principal debilidad, pues no evita que esa imposición de doctrinas incuestionables que deben ser creídas, se suscite desde las altas jerarquías eclesiásticas de agrupaciones denominacionales, algunas de extensión internacional y que reúnen miles de creyentes; cuando dichas doctrinas incuestionables no coinciden entre dos (o más) denominaciones evangélicas, éstas se distancian “por motivos de doctrina”, cooperando a la fragmentación cada vez mayor del protestantismo, proceso que podríamos preguntarnos si no sigue aún su curso. Una buena definición de “lo evangélico” es la del Pastor José M. Abreu, Profesor (r) del Departamento de Filosofía y Letras, Escuela de Humanidades y Educación de la Universidad de Oriente, Núcleo de Sucre (tomado de www.recursosevangelicos.com/showthread.php?threadid=513):

“… en medio de tal diversidad, existen elementos fundamentales que todos los evangélicos tienen en común. Primero hay que señalar que ha existido una continuidad histórica tanto en la fe como en la práctica que puede ser trazada en todos los siglos de la historia del cristianismo, a veces en sombras y debilidades, a veces en ardientes y brillantes avivamientos. ¿En qué consiste esta continuidad que es posible discernir en medio de tan gran diversidad?

Esta especie de “anatomía evangélica” tiene las siguientes características: cuatro proclamas generales y seis doctrinas fundamentales. Las cuatro proclamas generales son:

1. Ser evangélico significa vivir un “Cristianismo Práctico”: Es decir, un estilo total de vida en la práctica del discipulado o seguimiento de Cristo Jesús, como modelo.

2. Ser evangélico significa seguir un “Cristianismo llano y simple”: nada puede ni debe añadirse al cristianismo tal como está contenido en el Nuevo Testamento.

3. Ser evangélico significa seguir “Un solo y único Evangelio”: la búsqueda de la unidad debe estar fundada en el común y supremo mandamiento de proclamar la verdad del Evangelio a toda criatura en todo el mundo.

4. Ser evangélico significa un “Cristianismo racional”: es decir, mantener un prudente control sobre las emociones y creencias religiosas populares, para evitar los peligros del sincretismo religioso y cultural.

Siguiendo a estas cuatro proclamaciones, están seis doctrinas fundamentales, dentro de la más genuina tradición de la Reforma Protestante:

1. La Supremacía de las Sagradas Escrituras por encima de toda tradición eclesiástica (porque la Biblia es la única inspirada por Dios).

2. La Suprema Majestad de Jesucristo: Verdadero Dios y Verdadero Hombre, que murió en sacrificio por el pecado.

3. La Soberanía del Espíritu Santo sobre la Iglesia: la cual se ejerce a través de la variedad de vitales dones, ministerios y operaciones.

4. La absoluta necesidad de la conversión como condición indispensable para el discipulado cristiano: es un encuentro directo y personal con Dios, el cual es efectuado por la iniciativa de Dios mismo.

5. La prioridad del evangelismo: la proclamación del Evangelio como una expresión de la adoración a Dios.

6. La importancia total del discipulado cristiano: la Iglesia es la comunidad viva de creyentes que siguen a Jesucristo como sus discípulos.”

Como vemos, esta definición se apoya en lo que constituye la característica más distintiva del cristianismo evangélico: la mirada puesta exclusivamente en Jesucristo, en el Cristo de las Sagradas Escrituras, y el carácter único de la Biblia como regla de fe y conducta. Estos dos postulados constituyen un núcleo doctrinal inclusivo que puede definir “lo evangélico”, y a quienes adhieren a la fe según esta rama del cristianismo. Este núcleo inclusivo sustituiría la unidad institucional dada por una estructura humana jerárquica y autoritaria, tal como tiene el catolicismo romano. Sin embargo, en los hechos, el estudio de las Sagradas Escrituras da lugar a más de una lectura, a veces a una multiplicidad de lecturas, acerca de qué dice realmente la Biblia sobre diversos tópicos que tienen que ver con doctrinas de segundo orden, y a veces, con verdades fundamentales de la fe. Como resultado de esto, la espiritualidad evangélica tiende a estar signada por una pronunciada heterogeneidad, que se manifiesta en varios aspectos de relevancia en la vida de la Iglesia.

Heterogeneidad en la autoridad

En líneas generales, podemos decir que todos los evangélicos estamos de acuerdo en que la Biblia es la suprema autoridad en materia de fe, doctrina y conducta cristiana personal y congregacional. Pero la exégesis acerca de qué dice la Biblia sobre cada tema que tiene que ver con la fe, las creencias y la vida espiritual del cristiano (salvación eterna del alma, vida cristiana en el aquí y ahora, unción y guía del Espíritu Santo, Instituciones Cristianas, participación de la Iglesia en las problemáticas sociales, etc.) está en general condicionada por la previamente mencionada multiplicidad de lecturas; es decir por varias, a veces muchas, formas de interpretar y comprender lo escrito. Esto conduce a una disparidad de opiniones y posiciones en temáticas de distinto peso e importancia (desde si la salvación puede perderse o no, hasta el uso de pantalones por las mujeres cristianas; desde el hablar o no hablar en lenguas como evidencia del bautismo en el Espíritu Santo, hasta si los cristianos deberían asistir al cine o al teatro; desde si los cristianos deben rechazar todas las guerras, o apoyar algunas guerras “justas”, hasta si está bien o mal que vayan al estadio a ver jugar a su equipo de fútbol favorito).

Ahora bien, el punto es que cada uno (cada líder, cada pastor, cada predicador, cada cristiano), una vez que ha tomado posición, sea por su propia interpretación de las Escrituras, o por adherir a la enseñanza de alguien a quién reconoce como su maestro en la fe, se convence de que su opinión es la correcta. O se le enseña que la opinión, posición o doctrina de su iglesia es la correcta. Recordemos cuán extendida está la costumbre de enseñar e inculcar a los creyentes la idea de que su iglesia es la mejor. No importa cuán pérfida y discriminatoria sea esa idea; cuanto atente contra el Espíritu de unidad de la Iglesia de Cristo, y contra el amor cristiano en su más elevada y noble expresión. De la mano de la enseñanza de que su iglesia (congregación, o denominación) es la mejor, el creyente es aleccionado que en la misma se enseña la verdadera doctrina de Cristo. Además de conducir a la soberbia espiritual, flagrante contradicción, y a “mirar por encima del hombro” a los hermanos de otras congregaciones donde no se enseña exactamente lo mismo, esto lleva a lo que podemos llamar la pontificación.

¿Qué queremos decir con pontificación? Bien. ¿Qué creen los católicos romanos acerca de la palabra del sumo pontífice, el papa? Desde el Concilio Vaticano I, celebrado en 1870, en el que se promulgó el dogma de la infalibilidad papal, el catolicismo romano cree que el papa, cuando habla ex cathedra, es decir, desde el trono de San Pedro, no se equivoca.

¿Pasa esto en la Iglesia Evangélica?

No en forma centralizada para todos los evangélicos a nivel mundial, como ya dijimos. Pero a nivel de ciertos sectores, en algunos líderes evangélicos, en determinadas ocasiones, en circunstancias claramente definidas (por ejemplo, predicaciones en condiciones de audiencia multitudinaria, sea en persona o a través de los medios de comunicación masiva) a menudo se reconoce el uso de una PALABRA, que no puede ser discutida. Esa PALABRA opina sobre todos los asuntos grandes y pequeños de la vida con absoluta autoridad, y surge con afirmaciones categóricas, expresadas con una imperiosa certeza, rayana en el peso de la Sagradas Escrituras. Esta PALABRA, alocución irrefutable, no por no existir argumentos lógicos o bíblicos que demuestren falacia, sino por el imperio de la autoridad de que está revestido el mensajero, bien puede describirse como un auténtico discurso omnicomprensivo. ¿Qué quiere decir esto? Que estos líderes y predicadores evangélicos se presentan con un discurso que lo abarca todo, y ofrece respuestas para todo.

Ahora bien, ¿tienen las Sagradas Escrituras respuesta para todos los problemas del ser humano? Creemos que sí, y ese es justamente uno de los postulados básicos y fundamentales del ser evangélico. Pero el discurso de estos ministros evangélicos no surge del humilde intento de confrontar puntos de vista, hasta encontrar la verdad última en la Biblia, sino de su particular “iluminación”. Es decir, que no es un discurso que surja de un consenso a la luz de las Sagradas Escrituras, sino de interpretaciones personales, revestidas de autoridad incontestable bajo la etiqueta sagrada de la “proclamación profética”.

Heterogeneidad en la liturgia

Primeramente convengamos que la palabra “liturgia” no es de uso común en el ambiente evangélico. Pero si nos atenemos a la definición del término, liturgia se refiere al “culto público aprobado por una Iglesia”; o también a la “forma con que se llevan a cabo las ceremonias en una religión”. Por lo tanto, aunque a algunos les rechine un poco, podemos usar este vocablo para resumir en una sola palabra lo que hacemos cuando nos reunimos a adorar como cristianos, los evangélicos; cuando cantamos, oramos, predicamos, nos abrazamos, lloramos o reímos.

En este punto es inevitable referirse a la diferencia de liturgia existente, fundamentalmente, entre los evangélicos conservadores, y los renovados. El binomio conservadores/renovados era, hace 26 años, cuando conocí el evangelio, el binomio bautistas/pentecostales. Vale aquí aclarar que quién esto escribe conoció el evangelio de Jesús, se convirtió y transcurrió toda su vida cristiana hasta el presente, en iglesias pentecostales. También es pertinente una segunda aclaración: que mantengo excelentes relaciones fraternales con cristianos de denominaciones evangélicas no pentecostales. Y también vale recordar que, hoy por hoy, el movimiento de renovación ha saltado las barreras denominacionales, y no es ya patrimonio de los pentecostales.

Una anécdota interesante, bastante conocida y seguramente ficticia, ilustra esta notable diferencia existente en el binomio bautistas/pentecostales. Se cuenta que una delegación uruguaya concurrió a un congreso mundial de evangelismo en Corea del Sur. Como buenos uruguayos, llegaron últimos y tarde; los coreanos voluntariosamente buscaron cómo acomodar a los hermanos uruguayos, no encontrando más lugar libre que un gimnasio. Pusieron camas, armarios metálicos, y ahí los dejaron. El contingente uruguayo, formado en realidad por una delegación bautista y una pentecostal, se ubicó rápidamente; unos para un lado, y los otros en el otro extremo. Una de esas noches regresaron del congreso a altas horas; la plenaria se había extendido mucho, estaban cansados, con mucho sueño, y todos se acostaron sin decir palabra. Una vez metidos en la cama, cómodos y abrigados, se dieron cuenta que habían dejado la luz encendida. Entonces el líder de la delegación pentecostal le dijo al líder de la delegación bautista, que además era su amigo:

-Hermanazo, por favor, apagame la luz.

El líder bautista, circunspecto, se incorporó un poco y replicó:

-Bueno, si nos toca a nosotros la tarea de apagar la luz, entonces deberemos reunir una Junta de Evaluación, la cual a su vez nombrará un subcomité que analice el problema, y una vez que dicho subcomité se expida…

-Está bien, hermano – exclamó el líder pentecostal, impaciente – Dejá, dejá que yo apago la luz.

El líder bautista no dijo nada. Todos se quedaron quietos; pasaron cinco minutos, diez, quince, veinte; a la media hora nadie se había movido, y la luz seguía encendida. Entonces el líder bautista, bastante fastidiado, increpó al líder pentecostal:

-¿Y, hermano? ¿Cuándo vas a apagar la luz?

A lo que el otro contestó:

-Cuando lo sienta del Señor.

Esta breve historia, una suerte de “leyenda urbana” evangélica, con posibilidad de ser cierta, pero más probablemente inventada, o por lo menos exagerada para ser contada como chiste, ilustra características asociadas tradicionalmente a las dos denominaciones evangélicas involucradas: el “método” de los bautistas, traducido en la creación de comisiones y comités para toda tarea a realizar, y por contrapartida la tendencia del pentecostal a hacer todo según lo que “sienta” de parte del Señor. Ambas tendencias se prestan al abuso; la segunda, de hecho, sucede en algunos ámbitos evangélicos, independiente de que sean pentecostales o no. La percepción y experiencia cotidiana de “lo espiritual” se reduce a lo que se “siente” del Señor, y estos sentires son los que guían la toma de decisiones, y aún las recomendaciones a dar a los demás.

“Lo espiritual”, por lo tanto, se reduce a sentires, y la guía que supuestamente proviene del Espíritu Santo sale con la expresión, ya clásica e incontestable, lo siento en mi corazón. El corazón, que en las Sagradas Escrituras funge como asiento de la personalidad, pero que tradicional y popularmente es asiento de las emociones (aunque biológicamente no sea ni lo uno ni lo otro), es en este contexto fuente de sentires (o sentimientos) que se toman como guía espiritual autorizada y, muchas veces, incuestionable. Y esto nos lleva al tema de las emociones, y a la necesaria observación acerca de que el emocionalismo es gran protagonista de muchas de nuestras reuniones evangélicas, entre los llamados “renovados”. Comparemos dos textos referidos a liturgia evangélica, a primera vista bastante similares:

1) Mucha excitación y mucha confusión emocional acompañaron el avivamiento. Hubo gritería, risas, raptos, visiones y convulsiones. Algunos de los predicadores y exhortadores laicos deliberadamente estimularon estos fenómenos.

2) Muchas veces la alabanza es hábilmente manejada por especialistas expertos en crear climas altamente emotivos que desembocan en desbordes emocionales a los que pretenden hacer pasar por manifestaciones del Espíritu.

En principio, estos textos son muy similares. En ambos se habla de una gran participación de las emociones (1- confusión emocional, gritos, risas, convulsiones; 2 – climas altamente emotivos, desbordes emocionales); en ambos se vincula ese componente emocional con manifestaciones visibles del Espíritu Santo (1 – se habla de avivamiento; 2 – se habla de pretender hacerlo pasar por manifestación del Espíritu); y en ambos se habla de la presencia de personas que se encargaban de fomentar la exteriorización del referido componente emocional (1 – predicadores y exhortadores laicos que deliberadamente estimularon estos fenómenos; 2 – especialistas expertos en crear climas altamente emotivos).

Sin embargo, ambos textos se refieren a situaciones muy alejadas en el tiempo, en la localización geográfica y en la cultura en que se suscitaron. El primero fue escrito por el historiador eclesiástico Kenneth Scott Latourette, y puede leerse en el tomo II de su obra Historia del Cristianismo, publicado por la Casa Bautista de Publicaciones en 1967, en el capítulo en que habla del despertamiento evangélico habido en las trece colonias británicas de América del Norte durante el siglo XVIII. El segundo texto fue tomado del artículo La alabanza que Dios acepta, escrito por el Pastor Salvador Dellutri, publicado electrónicamente en el sitio web Tierra Firme (www.tierrafirmertm.org/articulo/10/31) en Febrero 2008, y se refiere a la situación de la Iglesia Evangélica en la actualidad.

La similitud de estos textos, descriptivos de la realidad de la liturgia o forma de culto de la Iglesia Evangélica en condiciones tan diferentes, nos permite extraer algunas conclusiones:

a) El relato de lo sucedido en el despertamiento del siglo XVIII nos da la pauta de que el fenómeno del emocionalismo en los cultos cristianos no se remite exclusivamente al pentecostalismo, o la renovación carismática. El movimiento pentecostal nace a principios del siglo XX, y la renovación carismática, extensión de la experiencia vital con el Espíritu propia del pentecostalismo, se desarrolla entre los católicos romanos desde la década del 60 del siglo pasado; movimientos de “renovación” se extendieron también posteriormente entre denominaciones evangélicas no pentecostales.

b) La manifestación externa de “lo espiritual” se confunde fácilmente con la expresión de las tormentas emocionales propias de cada persona, que emergen en el ambiente del avivamiento, en el que múltiples estímulos recurren al mundo de los afectos, provocando la exteriorización de sentimientos, temores, estrés, frustraciones, anhelos, dolores morales, etc.

c) La manifestación espiritual como elemento de sobrenaturalidad es estimulada por profesionales de la religión, en este caso de la religión evangélica, con un doble propósito: por un lado satisfacer el instinto religioso y la avidez por lo fascinante y sobrenatural de algunas personas; por otro lado, incrementar la convocatoria de gente curiosa y hambrienta de experiencias místicas, lo que favorece los ministerios personales de algunos predicadores.

El énfasis en el emocionalismo puede conducir la espiritualidad a lo que podríamos llamar su trivialización.

Trivialización de la espiritualidad

¿Qué queremos decir cuando hablamos de trivialidad? Una definición de diccionario de lo trivial nos dice que es algo común y sabido por todos, vulgarizado, sin importancia ni novedad. Aquí lo usamos para referirnos al proceso de quitar la importancia o trascendencia propia de la espiritualidad como experiencia de Dios. Lo espiritual, en lo congregacional, se reduce a las exteriorizaciones que podamos ver en las reuniones cristianas, cuanto más bulliciosas y extravagantes mejor. Si estas efusivas exteriorizaciones están presentes, en la alabanza, la oración, la predicación, la congregación será una iglesia “caliente”; de lo contrario será “fría”. Estos calificativos no tienen nada que ver con lo expresado por el Señor en Apocalipsis 3:15,16; se refieren a la presencia o no del Espíritu Santo en la iglesia (los términos equivalentes son iglesia “viva” o “muerta”), presencia que se juzga ausente si no se dan dichas manifestaciones visibles.

Esta trivialización alcanza no solo la experiencia espiritual congregacional, sino también la individual, resultando en un compromiso superficial con la vida y el testimonio cristiano personal. La vivencia cristiana corre por cuenta de los afectos y la sensibilidad, transformándose en una búsqueda de “bienestar” interno, antes que una búsqueda de la verdad de la Palabra de Dios y de la presencia del Espíritu realizando su obra en el corazón del creyente. Todo esto nos deja un cristianismo liviano; liviano en doctrina, liviano en testimonio de vida cristiana, liviano en incidencia, repercusión e impacto sobre los grandes temas sociales que inquietan a la opinión pública.

La siguiente observación del Dr. H. O. Wiley nos da una guía en la pertinente y necesaria búsqueda por un saludable equilibrio entre, primero, la exagerada apetencia por las experiencias sobrenaturales y los desbordes emotivos, y, segundo, la frialdad propia de la supremacía de la doctrina teórica exclusiva, y la represión de todo sentimiento, aspectos propios del conservadurismo religioso, que se sitúa en el otro extremo, y que tampoco es deseable: “Digna de alabanza es la espontaneidad resultante de la presencia del Espíritu en una unción refrescante espiritual, pero todo capricho debe quitarse por estar fuera de armonía con la dignidad de un servicio divino”.

Busquemos la presencia del Espíritu Santo, que Cristo Jesús prometió enviar para que esté con nosotros para siempre, y permitamos que Él se mueva con libertad en nuestras vidas y congregaciones, haciéndose su obra “como él quiere” (1 Corintios 12:11).

Dr. Álvaro Pandiani

Iglesia En Marcha. Net

Etiquetas: Alvaro Pandiani, espiritualidad, sociologia cristiana

Esta entrada se publicó , el Viernes, 19 de Septiembre de 2008 a las 4:19 pm horas y está guardada bajo Noticias Nacionales. Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada mediante la fuente RSS 2.0. Puedes dejar un comentario o enviar un trackback desde tu propio sitio.

5 comentarios para “ESPIRITUALIDAD DE LA IGLESIA EVANGÉLICA”
rafael dice:

22 de Septiembre de 2008 a las 8:07 pm
me gustaria saber su opinion sobre las necesidades de nuevos ministerios en la iglesia

Álvaro dice:

24 de Septiembre de 2008 a las 8:51 pm
Contestaré en la columna “Diálogos a contramano”, próximo martes 30 de setiembre, 21 horas, radio transmundial, 610 AM.

pedro antonio dice:

22 de Marzo de 2009 a las 7:38 am
hermano muy interesante el articulo escrito,me gusta buscar e indagar sobre algunos aspectos de las iglesias
o denominaciones,creo estar deacuerdo con ud tengo 25 años como creyente y verdad te felicito.

ROMAN MARAIMA dice:

11 de Mayo de 2009 a las 2:38 pm
Sera que Ud. me orienta en saber por que la gente en estos cultos baila involuntariamente y se mueve y se cae, y por que tanta musica y alegria, en lugar de tranquilidad y espontaneo gozo desde dentro hacia afuera.

marcello navarro ruiz dice:

19 de Octubre de 2009 a las 5:40 pm
quiero saludarles desde nicaragua y que DIOS les bendiga por todo lo que hacen.soy un lidr en una iglesia bautista en cartarina nicaragua cuyo nambre es iglesia bautista el remanente y me gustaria saber si pueden mandarme un estudio sabre el liderazgo y la liturgia en la iglesia para que yo pueda enseñar mas a fondo sobres esto en la iglesi y asi lograr un mejor servicio de adoracion y alabanzas ena las iglesia.gracias y espero su apoyo y ayuda oara esto, QUE DIOS LOS BENDIGA y los utilise siempre
amen
marcello de catarina nicaragua

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